By Juan David Hurtado Bedoya - julio 04, 2017

SE NOS FUE EL PATRIARCA 

Palabras de homenaje póstumo del Hno. Carlos Gabriel Gomez, 

FSC Visitador del Distrito Lasallista de Bogotá 


El Hermano Antonio Bedoya era él: auténtico, transparente, bondadoso, optimista, fraterno, alegre, terco, generoso, profundamente religioso; en pocas palabras: Único. Desde los mismos rasgos de su caligrafía vigorosa, vertical, abultada y de rasgos que apuntaban al infinito, pasando por su palabra que más parecía un pincel que un sonido, hasta su espiritualidad profunda, contagiosa, ingenua, llena de fe y de esperanza. Ayer, Elkin, uno de sus antiguos alumnos sanvicentunos, lo dijo mejor que cualquiera, “Toñito siempre estuvo un paso más cerca de Dios, ahora se nos adelantó un poquito más. Sin embargo, lo mejor de él: sus valores, ideales, proyectos y sueños se quedaron con nosotros”.

¿Cómo poder pronunciar unas palabras en esta Eucaristía de Acción de Gracias?


Las lágrimas inundan mis ojos, los recuerdos se atropellan en mi cabeza, pero mi corazón no tiene otras palabras distintas para decir: Gracias Señor por la vida de
Toñito, por su amistad, por su fraternidad, porque lo entregó todo, cada día, cada minuto a la misión lasallista, a la pasión que sentía por la educación de los niños y los jóvenes; se entregó a sí mismo, sin atisbos de mirar atrás, “sin rapiña en el holocausto”, con dedicación absoluta, a tiempo y a destiempo, sin aspavientos, al mejor estilo nuestro: “mirando con los ojos de la fe, no haciendo nada sino con la mira puesta en Dios, y atribuyéndolo todo a Dios”.
Contar su historia es imposible en este momento. Muchas cosas cobrarán mejor sentido con los años porque las lecciones imperecederas adquieren su valor en el camino, y la grandeza de los grandes se agiganta con el paso de los tiempos. Tampoco seguiré una cronología que de por sí es generosa. Solo intentaré presentar algunas semblanzas y facetas que son solo un pincelazo de una vida repleta de significados.

1Un hombre siempre en búsqueda. Toñito fue formado en los años 30 y 40 del siglo pasado, en las rígidas estructuras de la época. Sus orígenes geográficos y familiares, lo marcaron en el tema político; fue “Godo”, como él decía. Alguna vez caminamos juntos por Santa Rosa de Cabal y, en su particular estilo, me contó. “Mire Carlos, aquí me traía mi papá porque por ese balcón salían los Godos y yo me emocionaba con sus discursos”. Pero a renglón seguido, completaba, “¡Qué tiempos y qué locuras, cuánta violencia y cuánta barbarie se incubaba en esas épocas”!
De sus padres bebió la fe del carbonero, el sentido del deber, y su devoción contagiosa por el Rosario que lo acompañó siempre. Aún anteayer, día de su Pascua, lo rezó por última vez en la mañana. Tanto lo impactaba que en sus recientes baches de memoria no tenía dificultad para inventarse nuevos misterios como “La pérdida de la Santísima Virgen en las montañas de Jerusalén”. De su niñez

2 Recordaba con inmenso cariño los cuentos de “Cosiaca” que fueron la carnada del anzuelo que el Hermano Timoteo Rafael le lanzó en la escuela de Santa Rosa. En los tiempos de las Casas de Formación, tuvo dos grandes maestros que lo marcaron con fuerza, los Hermanos Remigio María y Sebastián Félix. Con el primero, reforzó su capacidad de narrar; con el segundo, ahondó la fe y potenció el espíritu. A los dos les guardó siempre cariño y respeto enorme. Así se hizo Hermano adulto, godo y tradicionalista, pero la vida le tendría sorpresas. Vivió gloriosos y dolorosos. El 4 de abril de 1948, Pio XII beatificó al Hermano Benildo; doña Bertha de Ospina, entonces Primera Dama y madre de familia del Instituto, llegó el 6 de abril, martes, a La Salle con otras madres y una gran torta para felicitar al Hermano “Benildo” Jesús” por su beatificación. No sé qué mañas se dio Toñito para explicarles que si bien era muy bueno, el Benildo en los altares era otro. En todo caso, la pasó bueno y debió ser muy agradabe haber sido reconocido como santo. Los dolorosos, serían esa misma semana, empezando al mediodía del viernes. Tuvo que vivir de cerca la hecatombre: fue testigo presencial del Bogotazo. Era profesor y titular de 4a elemental en el Instituto; allí sufrió, presenció y vivió en carne propia el Incendio de La Salle el 10 de abril de 1948, vio la muerte que asedió la Ciudad, asistió a Guillermo Grudman en su muerte víctima de las balas que segaron su vida, tuvo que esconderse después de la destrucción y, después, ser parte de la reconstrucción. Esta situación lo condujo a hacerse profundos cuestionamientos sobre su vida consagrada, su misión, sus ideas.

Su espíritu siempre abierto, lo llevó a ser un gran lector, bebió de los clásicos, saboreó a Homero y gozó de la Odisea de donde sacaba buena parte de sus mejores historias, conocía a profundidad el Quijote, leyó a Rómulo Gallegos, García Márquez y Rivera; estudió a los teólogos de la liberación, conocía bien a Boff y a Gustavo Gutiérrez, buscó en Teilhard de Chardin respuestas a sus preguntas; le encantaba la poesía de Silva y Valencia. Haber estudiado filosofía y tenido como maestro al Padre Vélez le abrió muchas puertas intelectuales que serían importantísimas para poder entender con ilusión y esperanza los tiempos difíciles en que timoneó la barca distrital, justo a partir de enero de 1965, y hacerla navegar por las turbulencias que siguieron al Concilio y al Capítulo General del 66-67, del cual era el último sobreviviente. Un hombre, pues, que abrió los ojos, que entendió la historia como construcción y no como fatalidad, que asumió los tiempos nuevos con corazón renovado y fe intacta, y que profesó vitalmente que Dios se manifiesta en la historia y habla por los pobres.
No fue ajeno en esos años a las enormes dudas existenciales que lo golpearon e hicieron tambalear. Lo salvó su confianza absoluta en Dios, la fuerza y novedad del Concilio, y las definiciones claras y proféticas tomadas en la Primera fase del Capítulo en el año 66, que le permitieron reformular y asumir con nuevas convicciones nuestra opción religiosa laical y nuestra vocación única, completa y apasionante dentro de los carismas eclesiales.

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Los años 70 lo llevarían a redescubrir al Fundador de la mano de Michel Sauvage, quien ejerció un influjo muy importante en su itinerario. Abandonó la figura pietista y lejana de un La Salle “nacido perfecto, santo, y sin equivocaciones” y descubrió al hombre que fue leyendo lentamente los signos de los tiempos, que descubrió a Dios en los harapos de los pobres, que se dejó “impresionar” por la realidad, que se fue convirtiendo de a poquito hasta inmolar su vida por la causa de la educación, no sin vivir dificultades y sí experimentando profundas dudas, y que se hizo santo sin proponérselo.
Por eso, para Toñito, la salida de la casa familiar, el “discurso evangélico y la réplica descarnada de los primeros Hermanos, la renuncia a los bienes y la entrega a los pobres, el Voto Heroico, y la crisis de Parmenia, eran los episodios preferidos, amén de las otros que le permitían dar vuelo a su imaginación inagotable, como los capítulos bastante exagerados de la repolluda Madame de Maillefer, de la batalla de Juan Bernardo Salla quien, sin piernas y sin brazos, seguía en su caballo peleando con la espada, o la conversión del Caballero de Armastat.

Sus búsquedas no pararon en los temas intelectuales. También lo llevaron al compromiso educativo directo e innovador, de una misión lasallista que solo tenía sentido entre los más pobres. Solo así entendemos por qué, después de un meritorio camino que podría haberlo dejado en mullidas sillas, en honores vacuos y en situaciones cómodas, optó por darnos una lección más: en las fronteras era donde Dios lo llamaba y lo quería. Diez años de su vida, entonces, los entregó hasta con la última gota de sudor en San Vicente del Caguán, un lugar que quiso con el alma y donde lo recuerdan en cada esquina y en cada corazón. Pero faltaba algo que solo en él era posible; su compromiso era “hasta el último aliento de vida”, así que diez años más, hasta los 85, los pasó enseñando el catecismo a los niños del Sagrado en Cúcuta, lugar donde siguió viviendo su corazón cuando las ausencias de memoria los sustraían de su realidad en Fusa.

4. Un Hermano íntegro y ejemplar. De muchas maneras, Toñito nos mostró en vivo y en directo, gratuitamente, como un libro abierto, lo que es un Hermano. En él se conjugaron las diferentes facetas de nuestra vida: religioso, académico, inigualable profesor, hombre profundo y espiritual, profeta, señalador de caminos y con una habilidad extraordinaria para sacar lo mejor de nosotros mismos, un hombre enamorado de Colombia, sin regionalismos exacerbados ni pasiones inútiles. Su presencia iluminaba de entrada, llenaba los espacios con su vozarrón impresionante y sus comentarios agudos, invitaba siempre a la cordialidad, a la deposición de las armas ideológicas y los odios atrincherados.
En los tiempos del Caguán, igual consoló a los guerrilleros y sus hijos, a los secuestrados, a los niños y jóvenes temerosos y asustados, estuvo cerca de quienes se paraban en orillas distintas, con todos habló, para todos siempre tuvo una palabra de ilusión y de esperanza. Con nosotros los Hermanos, siempre fue luz, siempre acogedor, su fraternidad contagiosa permitía que quienes teníamos

4 Profundas diferencias pudiéramos encontrar en él al consejero, el Hermano bondadoso que no suscitaba apasionamientos ni enfrentamientos. Lo cual tampoco lo privó de numerosas cruces, incomprensiones, maledicencias y señalamientos, solo que las sufría en silencio y no las devolvía.
Como Maestro de Novicios se la jugó por entero en la renovación de nuestra vida y nuestra misión. Hablaba claro, asumía posiciones, dejaba ver con claridad las opciones a las que estábamos llamados. No había en él engaño, ni doble discurso, ni agenda secreta. Diáfano, respetuoso, delicado, firme, presente, acompañando siempre, nunca persiguiendo; forjador de espíritus libres como libre fue siempre su espíritu. Nunca había en él el más sutil intento de manipulación, a cada uno lo dejó crecer a su ritmo; respetando los procesos internos, mostraba caminos, los vivía con pasión, contagiaba con ilusión; jamás escarbaba más allá de donde cada uno permitía y, por esa libertad y respeto, terminábamos abriéndole el corazón de par en par.
Entendía los ritmos de los formandos y caminaba junto a ellos, eso sí, cada vez exigiendo más y elevando el baremo; pero nos apasionaba oírlo y verlo actuar. Era un libro abierto y una caja de sorpresas. Cada clase, cada historia, cada cosa que hacía era una manera real de aprenderle.
A mí personalmente me acompañó siempre, por eso doy gracias al buen Dios porque me honró con su amistad, le abrí mi corazón, pero también conocí profundamente el suyo. Fuimos confidentes. Hace unos años, mirando la historia, le dije, “Toñito, si yo hubiera entrado en estas épocas me habían botado a la tercera semana”. “Ufa”, dijo en su especial estilo, “¿a la tercera? ¡No! A la primera”.
Como Director del Escolasticado, nos dio aún más lecciones. También era el rector del Liceo Hermano Miguel; vivió con nosotros en el Barrio Egipto y nos mostró el perfil de un rector lasallista: siempre presente, nunca abandonó la clase, escuchaba a todos; su fuerza moral era la fuente de la autoridad que emanaba de su presencia y su palabra. Siempre tenía una palabra hecha a la medida para el niño más pequeño como para el joven más envalentonado. Al tiempo que enseñaba Filosofía a los grandes, enseñaba el catecismo a los pequeños. Se hacía niño con los niños, joven con los jóvenes, adulto con los padres, y Hermano mayor con los Escolásticos. Sus narraciones de la Historia Sagrada dejaban poco a la imaginación, le encantaba la lógica aristotélica y la argumentación deductiva del silogismo donde afloraba inconscientemente la huella tomista de su formación siempre, pero también le encantaba enseñar a Kierkegaard y Kant.
Y, ya en las postrimerías, se fue con gusto a Fusa. Lo recibí en el aeropuerto para llevarlo. Su alegría estaba intacta, su ilusión completa, nunca un atisbo de preocupación porque iba para nuestra Casa de Hermanos Mayores; iba feliz. Había cumplido su misión con los niños en el Sagrado y sabía que encontraría qué hacer en su nueva Comunidad. Al principio, le llevaban los jóvenes de los colegios
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cercanos quienes se sentaban a su alrededor a escuchar sus historias que eran mejor que telenovelas, Facebook e Internet. Impávidos lo oían hablar de su gran amor: Jesucristo. Transmitía con pasión la presencia de Dios que él mismo vivía, el cariño hacia María Santísima, su admiración filial a San Juan Bautista de La Salle. Siempre atendió las invitaciones que le hicimos para la celebración de las Bodas de Oro de la Universidad porque, creo con convicción, que a Toñito poco lo nombramos entre los “Fundadores”, pero fue quien de verdad le tocó el chicharrón primero. La Universidad arrancó actividades en febrero de 1965, él empezó como Visitador en enero de ese año y, por ende, Presidente del Consejo Directivo.
3. El gran maestro. ¿Con qué otra palabra definir a Toño? A él sí que le queda bien la de “Maestro”. Nos enseñó con la vida y con su vida. Su palabra siempre fue bálsamo que sanó y confortó, y sus historias nos inspiraron compromisos, nos acercaron a Jesucristo, nos hicieron volar, nos forjaron sueños, nos consolidaron el carácter. Su gran don fue el de “pintar con las palabras”; nunca necesitó grabadoras, ni equipos, ni “PowerPoint”; él era el mejor audiovisual: nos transportaba, nos elevaba, nos hacía reír, nos educaba. No solo fue Maestro para los Hermanos, lo fue para sus miles de estudiantes, lo fue para su familia, lo seguirá siendo siempre para sus amigos.
Aquí puedo revelar cosas porque esto ya no hiere su modestia, sino que agiganta su maestría. Renunció a ser Asistente (Consejero General) del Instituto, así como otros cargos de relevancia en Roma y la Iglesia. Era claro que aquí en este país, que amó con pasión, estaba su lugar y su misión. Rehusó dos veces a ser Visitador, aunque al final lo volvió a aceptar porque sabía que era fundamental para poder consolidar procesos del servicio educativo de los pobres. Incluso, en su primer nombramiento, a la carta que Nicet Joseph le escribió en noviembre de 1964 nombrándolo Visitador, él le escribió manifestándole que no se sentía con las capacidades para llevar la responsabilidad por cuanto el Distrito vivía momentos difíciles de confrontación; el Superior General, clarividente y con el buen consejo del H. Rodulfo Eloy, le respondió con lacónico telegrama: “Posesiónese el 10 de enero”; entonces obedeció. ¿Qué hubiera sido de nuestra historia sin su tino para manejar lo que venía?
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Toñito, lo vamos a extrañar. Sabemos que goza de Dios, que hay fiesta en el Cielo y hasta llamadas de atención: yo creo que la “hemorroísa” del Evangelio probablemente no estaría muy contenta con su descripción de la escena, ni Martha en la pelea con María, ni Tomás –el apóstol- porque Ud. lo dejaba muy mal parado. Ni qué decir del pobre Moisés con su gaguera o de David con su pecado de “ya sabemos qué” como Ud. decía y que abría la puerta a la imaginación para entender su descaro que en nada tenía que envidiar la famosa Salomé que pidió la cabeza de El Bautista.
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Nunca le conocí una grosería; aunque cuando quería decirlas, me las achacaba todas expresando “con las palabrotas que dice Carlos”, así que supongo que tampoco le disgustaban mucho. Disfrutó la vida y nos enseñó a hacer lo mismo; con Ud. aprendimos a gozar la mesa pobre y disfrutarla porque lo que más contaba era el compartir la vida así fuera con salchichón y Colombiana, pero también gozó la mesa opípara con viandas finas y vino generoso. Toñito, nunca llegué a probar la “lengua de faisán” no por austeridad ni por virtud, sino porque me aterraba que me sirvieran con un séquito que abría la procesión con cornetas, como Ud. que paralizó la tranquilidad del comedor del barco, cuando se la sirvieron en el barco a su regreso de Europa.
Me imagino, Toñito, cómo fue anteayer su llegada al Cielo, donde experimentó, ahora sí de verdad, una de sus mejores narraciones de la Meditación 16a del Tiempo del Retiro: los niños y jóvenes de la mano, empujándolo veloces al Trono de Dios al Juicio Final y, delante del Padre, cantando en coro “Este hombre es siervo del Dios altísimo, que nos ha anunciado el camino de la salvación”.
En fin, Hno. Antonio, es hora de partir. El Cielo es el límite. Se nos fue, pero con Ud. también se fue un pedazo de nosotros. Adiós y con Dios. Nos veremos cuando el Señor nos llame. Por lo pronto, honraremos su memoria, viviendo el..


“¿Qué te detiene luchador, ¡Avanza! ¡Avanza sin cesar!

Mientras tu pecho abrigue una esperanza, no debes desmayar. Eso es que hoy en tu camino, deteniéndote ves,

Mañana, cuando triunfe tu destino,
Caerán de rodillas a tus pies”.


Gracias Toñito. Buen viaje a la eternidad. 

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